martes, 25 de septiembre de 2012

3. Cynthia

Esa noche, Cynthia casi no había dormido. Cuándo se acostó, completamente cansada y dispuesta a dormir diez horas, se percató de que no podía, algo le impedía dormir. El destino. ¿Qué ocurriría si dejaban que el Lord hiciese lo que le daba en gana con su hogar? La muchacha rebelde de la reunión tenía razón, debían hacer algo pero, ¿el qué? Tan solo eran un grupo de infelices echando pestes del gobierno. Estaba convencida de que, a parte de la chica, nadie tenía pensado hacer nada. Realmente, Cynthia no comprendía el objetivo de aquellas quedadas clandestinas. Si iban solamente a quejarse, ¿de qué servían?
-¡Cynthia! –escuchó la voz de su hermana llamarla. En la habitación, Friana esperaba su llegada- ¿Has terminado tus tareas?
Su hermana mayor, Friana Elovi, prometida con un herrero, tenía tres años más que ella y el pelo más oscuro, pero irremediablemente rojo.
-Sí, hermana –asintió-.
Friana dejó entrever una sonrisa.
-Súbeme a Míkel, anda –dijo a la vez que mullía un almohadón-. Después, serás libre.
Cynthia bajó las escaleras corriendo, y frenó al ver en el viejo sofá a su hermano Míkel, completamente dormido. Mostraba un rosto sereno con una pequeña sonrisa. Quizá estuviera soñando cosas bellas. Esa escena enterneció a la pelirroja. Se acercó con cautela y acarició con el dorso de la mano la mejilla de su hermano. Míkel tenía seis años, era joven y tierno. Su pelo era rubio, pero como el de ella y el de Friana, lo más seguro era que se oscureciera con los años. Le cogió lo más delicadamente que pudo para no despertarle y subió por las escaleras en un silencio sepulcral. Incluso aguantó la respiración. Tendió al pequeño en su cama y le retiró el pelo de la frente. Se veía tan indefenso, tan niño ahí tumbado. Cynthia se alejó de puntillas, y cuando salió de la habitación, buscó a su hermana.
-Le he dejado en la habitación, estaba completamente dormido –le dijo, apoyada en el marco de la puerta-. ¿Dónde ha ido madre?
Su padre trabajaba en una de las panaderías más grandes del reino, y de su parte llegaba el dinero a casa. Llevaba años trabajando allí, y había visto crecer la panadería poco a poco. Lo bueno de aquello era que el pan nunca faltaba en casa.
-Ha ido a buscar agua –dijo atareada-. Ven, ayúdame con esto.
Cynthia ayudó a su hermana a doblar una gran sábana. Era de la cama de matrimonio, en la que dormían sus padres.
-¿Cómo no la has acompañado? Ella no podrá con el peso de los cántaros llenos. Me podías a ver dicho que fuese con ella –protestó Cynthia-.
-No te he mandado porque la acompañaban Wendolyn y su madre.
Cynthia respiró tranquila. Kora y Fransec Junn eran sus vecinos más cercanos. Wendolyn era su hija, la única que tenían. Fransec trabajaba en la agricultura, y Kora le ayudaba. Seguro que habían llevado una o dos carretillas para transportar los cántaros.
-Hermana, ¿puedo salir? –preguntó devolviéndole la sábana doblada-
Friana recogió la sábana y la guardó.
-Claro –dijo con una sonrisa-, pero recuerda que debes estar de vuelta a la hora de la comida.
Su hermana hacía el papel de madre cuándo su verdadera madre, Gina,  no estaba en casa. Cynthia pensaba que se estaba entrenando para, cuando en unos meses se casase con su prometido y se mudase con él, ser una buena madre y esposa. Estaba convencida de que sería una gran madre. La admiraba por todo lo que sabía y se le daba bien. Limpiaba la casa, cuidaba de Míkel y cocinaba que daba gusto. Siempre pensaba que le gustaría llegar a ser como su hermana, y que los hijos que tuviese serían afortunados.
Oh, pero Cynthia no era como su hermana. Nunca podría ser como ella. Aunque se pareciesen físicamente, eran como el día y la noche. Cynthia limpiaba, sí, pero obligada. Cuidaba de Míkel, también, pero porque era su hermanito y le gustaba pasar tiempo con él. Ella no le daba el biberón o le cambiaba los pañales, como Friana. Ella sólo le vigilaba o jugaba con él por las tardes. Y era completamente negada para cocinar. Ninguna de las cualidades que tenía eran bienvenidas cuando un hombre buscaba esposa. Montaba a caballo, manejaba la espada y sabía trepar y correr, pero eso no importaba, no era relevante.
Cynthia le dio un beso en la mejilla a su hermana, jaló su mochila y corrió a cabalgar su montura. Ese día tenía cosas que hacer. Se veía que para lo único que servían las reuniones, era para darle trabajo. Maldijo en silencio el momento en el que se presentó voluntaria para informar a los internos. Llegó a los pies de un torreón del palacio y miró a derecha e izquierda. No había nadie cerca, bien. Sacó una pequeña carta y la metió con cuidado de no romperla en una de las grietas de la piedra. En unas horas, la recogería la persona indicada, la única que sabía dónde dejaba Cynthia las cartas.
Terminó su tarea, y suspiró. Subió de nuevo a su caballo y lo llevó a trote hasta la puerta de El Castillo, procurando no atropellar a nadie. Inclinó la cabeza al pasar por el enorme portón de madera, saludando a los guardias. Estos le devolvieron el saludo. Cynthia era conocida por ser la hija de su padre el panadero, y no la registraban al salir o al entrar por el portón ni le pedían identificación. Fuera de las murallas había pequeños corros de casas modestas, también pertenecientes al reino. Para llegar al bosque, tenían que cruzar todas esas casuchas, bastante más pequeñas que las de El Castillo. Allí, en las afueras, estaban algunos días los mercadillos clandestinos; podías comprar allí casi cualquier cosa. Desde armas a drogas. A veces, vendían allí las mercancías que los guardias no dejaban pasar a la fortaleza. Si sabías dónde comprar y con quién hablar, podías hacerte con lo que quisieras.
Cynthia galopó su caballo a través de las casuchas y los senderos, hasta que llegó al bosque y se adentró en él, buscando una pequeña casa casi invisible que se alzaba entre un risco y una hilera de hayas altísimas. Ada día se le hacía más difícil encontrarla... Con lo bien escondida que estaba, no era de extrañar que ningún guardia se pasease por allí. Era una casa pequeña, con muros de piedra y suelo de madera. Unas pequeñas escaleritas llevaban a la puerta de madera de pino, gastada y vieja. Tocó en la puerta un par de veces y esperó. No obtuvo respuesta. Volvió a llamar. Nada.
-¿Jull? –llamó a la muchacha-
Nadie la contestó, así que agarró el pomo y lo giró al darse cuenta de que la llave no estaba echada. Buscó a la chica con la mirada y no la encontró.
-Jullie, ¿estás por ahí? –preguntó Cynthia-
-Sí, aquí –respondió una voz-.
La chica apareció de detrás de la puerta que daba a una habitación. Jullie era la emprendedora de las reuniones clandestinas. Si todo el mundo creía que ese era Golbert Clodd, era porque la muchacha lo había querido así. Vivía sola. Nunca le había dicho a nadie qué era de sus padres; si era huérfana, si la abandonaron, si viven en la fortaleza... Nadie lo sabía.
-Ya he entregado el acta de la reunión pasada a los internos –explicó Cynthia, rígida como una piedra-.
Jullie era buena chica, comprensiva y carismática. Pero cuándo se enfadaba o simplemente no estaba de humor, era mejor salir corriendo. Había que hablarle con mucho tacto.
-Bien –asintió Jullie-. Has sido rápida –repasó con la mirada a la pelirroja, escrutando su rostro-. Relájate, que no te voy a pegar –dijo con una sonrisa socarrona-.
Cynthia respiró hondo y relajó los hombros.
-Ven, siéntate –le ofreció sentándose en el sofá de terciopelo roído-.
Se sentó junto a Jull con las piernas cruzadas. Después de unos momentos de silencio, Cynthia se decidió a decir algo. Odiaba el silencio, le parecía demasiado incómodo.
-Respecto a la reunión... –comenzó, pausada. Quizá estuviera tocando terreno peligroso, y no quería enfurecerla-
-¿Sí?
-¿Vas a... hacer algo?
Viendo su actitud el día anterior, no parecía que se fuera a quedar de brazos cruzados. Jullie se dejó escurrir por el sofá.
-Estoy pensándomelo –respondió pensativa-. Y, aunque quisiera hacer algo, no podría sola.
Jull había sido una chica solitaria siempre, y que reclamase compañía hizo que el vello del brazo de Cynthia se erizara. Sus intenciones la asustaban.
-¿Qué pretendes? –preguntó con un hilo de voz-
La muchacha la miró con un brillo especial en los ojos.
-Matar al Lord.

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