No
recordaba cuánto tiempo estuvo allí subido, tampoco recordaba si se había
quedado dormido o no, sólo sabía que abajo algo estaba golpeando el árbol.
-¡Ey, para!
–bramó sin resultado-
Tyron
gateó hasta el tronco del árbol y comenzó a bajar por él. Suspiró y sonrió cuando
dio el salto final y pisó tierra. Observó con cautela al pequeño osezno que se
encontraba en frente suya, lamiéndose una pata. Lanzó una carcajada al aire.
-Así que
eras tú el que zarandeaba el árbol, ¿eh? –acercó una mano a la cabeza del
osezno, pero éste alzó una pata amenazador. Tyron apartó la mano antes de que
el bicho pudiese arrancarle un dedo- ¡Tú, no hace falta ponerse así!
Creyó
ver que el osezno sonreía, pero seguramente fueran alucinaciones suyas, casi no
había dormido aquella noche. Bueno, ya que el pequeño oso le había obligado a
bajar del árbol, era buen momento para retomar el camino, y eso hizo. Comenzó a
caminar, dispuesto a cubrir los kilómetros que le faltaban, cuándo algo le hizo
tropezar. Antes de estamparse contra el suelo, dio una voltereta y quedó
tumbado boca arriba. ¿Qué acababa de pasar? Cierto era que iba pensando en sus
cosas y que no miraba al suelo, pero...
-¿Tú
otra vez? –protestó con una sonrisa-
El
osezno se interpuso en su camino y por su culpa tropezó, claro, y ahora lo
tenía justo encima. Se sacudió para quitárselo y se puso en pie de un salto.
-¿Y tu
madre, no tienes? –le preguntó a la vez que le rascaba detrás de las orejas-
Vuelve a tu casa, amigo, yo tengo cosas que hacer. ¿De acuerdo?
El osito
torció la cabeza, con gesto curioso, decidido a seguir al muchacho, pero éste
ya estaba a varios metros de distancia. Así que se escondió en unos arbustos,
donde no pudiesen alcanzarlo depredadores hambrientos ni insectos molestos.
Una hora
más tarde, Tyron divisaba La Gran Manta. Llegó al pie de la cascada y la
contempló. Era majestuosa. Todos y cada uno de sus metros de agua que caían,
eran cristalinos y completamente transparentes. La espuma que se formaba a su
pie, parecía algodón, y el brillo que dejaba en el agua, se asemejaba al brillo
de un diamante. Acarició una de las piedras que estaban a la espalda de la
cascada, detrás de varias zarzas que la ocultaban, y la empujó hacia la
derecha, no sin antes asegurarse de que no había nadie cerca. Dejó entrever una
ranura y se coló por ella con rapidez. Si algo le caracterizaba, era su
agilidad y flexibilidad, pero especialmente, su delgadez. Era un muchacho alto
y estilizado, que aparentaba más de sus veintiún años. Su pelo era castaño, rizado y tosco, que junto con sus ojos marrones,
delataban que no venía de una familia adinerada. Llevaba el rostro sudoroso y
ligeramente manchado por la caminata, a pesar de la brisa que corría esa
madrugada. Justo cuando regresó la piedra a su lugar desde dentro, comenzaba a
amanecer. Tyron caminó a tientas por el pasadizo oscuro, aunque no le hacía
falta luz, se sabía el camino de memoria. Cuando llegó a la enorme sala de reuniones excavada en la piedra, ya había gente allí, e intuyó que pronto empezarían a
debatir. Buscó caras conocidas, y encontró la de Cynthia, apoyada contra la
pared, esperando en silencio con rostro pensativo.
-¿Todavía
no han comenzado? –le preguntó-
Ella
alzó la mirada con aire ausente.
-Eso
parece. Estamos esperando por aquellos que se retrasan, y no podemos empezar
–le dedicó una mirada acusadora-. No te lo tomes a pecho, no eres el único.
Tyron
miró a su alrededor. Era cierto, faltaban bastantes personas.
-¿Alguna
ausencia destacable?
-Demasiadas
–contestó en un suspiro-.
Cynthia,
al contrario que el chico, era bajita, pero también esbelta. Tenía los cabellos
de un rojo fuego, un pelo muy voluminoso y con brillo, se notaba que estaba
bien cuidado. Cosas como esa destacaban que ella sí venía de una familia con
dinero. Esa, y su vestimenta, mucho más nueva que la de Tyron, y posiblemente
arreglada para ajustarse a las dimensiones de la chica. Unos pasos que se
subían al pequeño atril de piedra señalaban que la reunión comenzaba. Cynthia y Tyron se sentaron en uno de
los bancos de madera.
-¡Silencio!
–llamó la atención Golbert Clodd, un
cuarentón un tanto arisco- Todos sabemos para qué estamos hoy aquí.
Todos
los oyentes asintieron mecánicamente, pero sólo uno se levantó, pidiendo la
palabra.
-Por
culpa del tirano de nuestro señor –reprochó Dakio, descarado como él sólo sabía-.
Antes de
que Clodd pudiese regañarle por interrumpirle, su hermana Niria tiró del brazo del chico para sentarle en el banco, y agachó
la cabeza en gesto de disculpa.
-Sí, señor
Barck –dijo dedicándole una mirada
asesina-. Por las nuevas medidas que ha impuesto Lord Izar.
Se
escuchó a alguien escupir cuando Clodd pronunció ese nombre. Una mujer se puso
en pie.
-Ha
cerrado nueve de doce pozos, no puedo mantener a mi familia teniendo el pozo
más cercano a cinco kilómetros de mi casa –se quejó-.
-Técnicamente
no los ha cerrado, los ha privatizado –volvió a interrumpir Dakio-.
La mujer
se giró hacia él.
-¿Crees
que tengo el dinero suficiente para comprar más de seis cántaros de agua al día?
–replicó molesta-
-¡Ya
está bien! No quiero disputas –intervino Golbert-. Señor Barck, ¿sería tan
amable de cerrar la boca durante un rato? –espetó. Dakio se sentó, un tanto
avergonzado- Bien. ¿Alguna propuesta?
Necesitaban
ideas, soluciones para pararle los pies al Lord, para traer agua de otros
sitios o poder comerciar sin restricciones. Algo que les ayudase a poder
continuar sus vidas sin baches. Se hizo el silencio durante algunos minutos.
-¿Y si
pedimos ayuda a otros reinos? –sugirió un hombre-
Una
muchacha de pelo castaño con reflejos rubios se puso en pie de un salto.
-Muy
agudo. Les decimos que tenemos un dictador por gobernador para que nos corten
la cabeza, o si quieres les pedimos que nos manden botijos de agua por correo
–bufó la chica antes de sentarse y cruzarse de brazos-. Estúpido.
-Jullie,
tranquilízate –pidió Clodd-. Todos estamos algo tensos...
Ella
volvió a ponerse en pie con gesto enfadado.
-¡No,
señor! Perdóneme, pero no –la chica subió al atril dando zancadas. Todos la
miraron expectantes-. ¡No están tensos! ¡Reconózcanlo! Están temerosos,
asustados, pero no tensos. ¡Y no sirve
de nada! ¡Nada! ¡Nada de lo que habéis dicho ni diréis! –respiró hondo,
intentando calmarse- ¿En serio pensáis en avisar a los reinos vecinos? Por supuesto,
Lord y Lady Kalahan estarán deseando
escuchar nuestras míseras súplicas, ¿verdad? –parecía que los rostros
acongojados de los presentes demostraban que comenzaban a entender- No podemos
quedarnos de brazos cruzados mientras llevan nuestro reino a la ruina y él
aumenta su riqueza. ¡No podemos!
Se
volvió a hacer el silencio. Una mujer se levantó, temblorosa.
-Yo
pensé en trasladarme con mi familia al reino de Capster –la chica pareció querer decir algo, pero la mujer no la
dejó-. Sé que suena cobarde, pero es la única solución que encontramos.
-¿Huir?
¿Me está diciendo que va a irse? –procesó la chica- Va a abandonar el reino en
el que nacieron tus padres, creció mi señora y nacieron vuestros hijos, ¿es
eso?
La mujer
mostro un gesto compungido. La muchacha se bajó del atril y abandonó la cueva,
no sin antes patear un banco vació. Se notaba que a ella sí le importaba el
destino del reino.
Nyaaaaaa, me encanta como narras >.<
ResponderEliminarNo me alargo porque no tengo mucho tiempo pero... Espero el siguiente :D
Me encanta que te encante >///////< Nya, si no hace falta que te alargues, con que dejes tu huellita soy happy xD
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