-No
–negó. El destello de los ojos de la chica se apagó, y Cynthia se sintió
culpable por un momento-.
Había
prometido ayudar a los Junn con alguna cosecha, y ese día estaba cumpliendo su
palabra. Cortaba los tallos de las lechugas y las colocaba en la carretilla,
formando una pirámide perfecta, mientras que Wendy se ocupaba de los tomates.
La hija de los Junn acababa de cumplir dieciocho años, pero su actitud era
digna de una niña de la edad de Míkel.
Siempre
que estaba con ella, se pasaba el tiempo contándole sus sueños sobre vivir tan
sólo un día en el palacio, para poder verlo.
-Dicen
que las alfombras están hechas con hilo de oro, y que las copas de las que bebe
Lord Izar tienen incrustaciones de diamantes y gemas preciosas –recitaba una y
otra vez-.
Cynthia
dudaba completamente de aquellas leyendas pueblerinas. Lo que Wendy contaba era
lo que posiblemente se encontrase en el palacio del Casco Oval, la residencia
del rey, pero no en un pequeño castillo de piedra mohosa como era el de Peñal
Gris. Aun pensando todo esto, nunca le había quitado sus ilusiones a la
muchacha. Simplemente, asentía.
Asentía
y cortaba lechugas. Estaba allí para eso. Aguantar los relatos de la chica era
tarea de otra persona.
-¿Tú
estás prometida? –preguntó Wendy tras unos escasos momentos de silencio-
Cynthia
acabó por resignarse; era imposible que estuviese callada. Quizá si le
contestaba, se conformase.
-Aún no
–contestó mirándola a sus ojos oscuros-. Pero mi hermana sí.
Wendolyn
parecía sorprendida.
-Qué
extraño. Eres mucho mayor que yo, y a mí me prometerán pronto –parecía
orgullosa de su posible compromiso-.
-Solamente
tengo veintiún años, no soy tan mayor.
La chica
hablaba como si Cynthia fuera una anciana.
“Y tú eres
mucho menor que yo, y yo no digo nada.”
La más
pequeña de los Junn tenía sólo tres años menos que ella. Tampoco era tan
pequeña, pero puestos a poner etiquetas...
-Mi
madre dice que a partir de los veinte es mucho más complicado encontrar esposo.
Por eso me quiere prometer en seguida.
Estuvo a
punto de soltarle que las palabrerías de su madre no le importaban lo más
mínimo. En vez de eso, cortó otro tallo.
-Pues
espero que seas muy feliz.
-Me
quieren casar con uno de los hijos de esa señora que tiene un puesto en el
mercado, ¿sabes quién te digo? –continuó hablando-
-Hay
muchas mujeres con un puesto en el mercado –resopló Cynthia-.
-Pero
ésta es especial. Aquella que tiene...
Nunca
supo si los dioses habían respondido a sus plegarias o sólo era una interrupción
oportuna. Gina gritaba su nombre al otro lado del huerto, cortando las palabras
de Wendy... Y haciéndola callar.
-Debo
irme –se excusó-. Mi madre me llama.
La chica
puso un gesto de tristeza al ver cómo Cynthia se alejaba.
“En mi
ausencia puedes hablar con los tomates. Acabarán tan aburridos como yo.”
Wendolyn Junn era una chica
agradable y dispuesta a ayudar en lo que hiciera falta, pero sus ganas de
parloteo sacaban a la pelirroja de quicio, y lo peor era que cada año que
pasaba, esas ganas aumentaban. Ella prefería el silencio y la tranquilidad, la
relajaba el sonido del aire. Cuando el silencio era absoluto, incluso podía
escuchar el agua del río de la Gran Manta. Pero lo único que escuchaba en aquel
momento eran los gritos casi histéricos de su madre.
-¡Cynthia! –exclamó- Llevo un
buen rato llamándote.
-Lo siento, madre –se disculpó
agachando la cabeza-. No te había escuchado.
“No te escuchaba porque Wendy me
estaba llenando la cabeza de cháchara inútil.”
-Espero que al menos hayas hecho
un buen trabajo en el huerto de los Junn –Cynthia asintió. Había llenado un par
de carretillas con lechugas-. Ve a casa a cambiarte.
-¿Madre, qué ocurre? –la
interrumpió-
Si quería que se quitase la ropa
llena de tierra y de sudor, era porque la mandaría ir a algún sitio o porque...
-Tienes visita –antes de que
Cynthia pudiese preguntar nada, Gina prosiguió-. Es un chico que dice
conocerte, aunque yo no lo había visto nunca –la cara de su madre reflejó una
mueca. No le agradaba el invitado-. Quiere hablar contigo.
-¿Quién es?
-Te acabo de decir que no le
conozco –replicó su madre mientras caminaba hacia la casa-. Lleva la ropa que
parecen harapos, así que pensándolo mejor, no te vistas de nuevo. Aunque se
sabe quién eres, sabrá quién es tu familia, y si quiere robar le va a dar
igual... Haz lo que quieras.
Gina acostumbraba a decir en voz
alta todo lo que se le pasaba por la cabeza. Cynthia sonrió cuando la vio
alejarse, pero volvió a tensar el semblante al recordar lo extraño de la
visita. No esperaba a nadie. El único chico que se pasaba por su casa a
saludarla era Tyron, y a él Gina sí que le conocía, desde pequeñito. Fuera de
su casa la esperaba un muchacho alto, de pelo revuelto, que tendría más o menos
su edad. Se acercó lentamente, como si pudiera echar a correr en cualquier
momento. Él esbozó una sonrisa que ha Cynthia le heló la sangre y se inclinó
ante ella. La hija del panadero no creía lo que estaba viendo. Retrocedió un
paso.
-Levántate –exigió con el tono
de voz más duro que puedo. Quería aparentar todo menos miedo-. No soy alguien
ante quien tengas que inclinarte.
Obedeció y se irguió. Los
destellos grises de los ojos del chico infundían respeto, pero a la vez era una
mirada inofensiva. Cynthia creyó notar que hizo ademán de reírse, pero se
contuvo. Sabía que acabaría mal si se reía.
-Eres Cynthia Elovi, hija de una
de las familias más ricas del reino. ¿Ante quién me voy a inclinar sino?
-Ante Lord Lionel, quizá
–contestó la pelirroja-. ¿Puedo saber quién me presenta sus respetos?
-Oh, por supuesto. Perdona mi
descortesía. Soy Dakio Barck, hijo de mineros –mostró una sonrisa afable-.
“Dakio... Dakio Barck... Señor
Barck...”
Intentó recordar de qué le
resultaba familiar aquel nombre, pero no lo consiguió. En su lugar, lo
preguntó.
-¿Por qué sabes quién soy pero
yo no te conozco? –preguntó perspicaz-
Dakio soltó una risotada.
-A parte de porque todos conocen
a la hija de Alfrred Elovi, porque yo presto atención a la gente que me rodea
cuándo estoy en una cueva.
“Cueva. La Cuevona.”
Examinó al chico con la mirada,
buscando algún arma que se viese a simple vista. No encontró nada.
-Pasa. Rápido.
Dakio obedeció. Entraron en la
casa y se sentaron, uno frente al otro.
-Bien, sabes quién soy. ¿Qué
quieres? –preguntó Cynthia-
-Hablar –respondió el chico,
acomodándose en la silla. No esperó a que le preguntaran nada más-. Doy por
supuesto que tienes buena memoria y que no se te habrá olvidado la reunión
pasada – ella asintió-. Recordarás que una chica se sobresaltó bastante, ¿no?
La hija del panadero tardó unos instantes
en encajar las piezas en su mente.
“Está hablando de Jull.”
No sabía qué contestar. Porque
no sabía qué quería el chico de ella. ¿Y si hablaba más de la cuenta? No.
Primero debía conocer a quién tenía delante.
-¿La que se subió al atril dando
voces? –intentó sonreír, aunque no sabía si lo consiguió-
-Esa misma –contestó Dakio,
devolviéndole lo que pareció una sonrisa-. ¿La conoces de algo?
-De verla en las reuniones.
“No sé quién es. No debo fiarme
de él.”
El muchacho contestó con una
risita.
-Qué casualidad, yo también la
conozco de eso.
Era evidente que sabía que
Cynthia tenía información de más.
-¿Por qué crees que sé algo? –se
acomodó en la silla, mirando al chico fijamente a los ojos. Era un duelo que
debía ganar-
Dakio le
sostuvo la mirada. La inquietaban esos ojos penetrantes. Parecía que él había
ganado la batalla, y estaba orgulloso de ello.
-¿Por
qué no iba a saberlo? Bueno, da igual. También sé que llevas los mensajes a los
internos, que montas a caballo y que tu hermano está durmiendo en el piso de
arriba.
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[Hola, bichitos. Sé que os tengo muy abandonados D: Pero ya voy a visando que estoy de exámenes, y que la semana que viene me será completamente imposible subir capítulo nuevo. Y después de estos, tendré los trimestrales, que serán peor... En fin, que si no aparezco hasta Navidad, no os extrañéis, pequeños míos.]