Conseguir
comida en condiciones allí no era fácil. Podía recolectar fruta y hierbas, pero
le era difícil encontrar dónde cocinar la carne, y se negaba a comerla cruda.
Por eso la metía en salazón y esperaba a visitar El Castillo, cosa que hacía
como mucho tres veces al mes. No era seguro visitar la capital tan a menudo y
menos con toda la guardia nueva que había ordenado poner Lord Lionel. Se
frustraba con sólo pensar que no podía hacer nada para desbancar a ese dictador
de su trono. Cuándo le dijo a Cynthia lo que pretendía, ella se horrorizó con
la idea.
-¿Estás
loca? –le gritó. Ella, la tan pácifica y formal Cynthia Elovi, que siempre le
hablaba entre susurros y sonrisas inquietas, estalló y se puso en pie de un
salto con los ojos desorbitados- Tú has perdido el juicio. Se te debió de
quedar en el atril de la Cuevona. Si
de verdad has pensado si quiera en asesinar a nuestro señor, es que no sabes
qué ocurriría si alguien supiera de tu crimen. No se te ocurra decir nada de
esto en las reuniones, Jull, hay gente con la boca muy grande y la lengua muy afilada.
Y... ¿pero qué estoy diciendo? ¡No se te ocurra decirlo en ningún sitio! Estás
hablando de asesinar a un lord, debe de ser una broma.
Jullie
tuvo que responderla que sí, que era una broma, que no se exaltara tanto. Una
mentira para tranquilizar a la chica no le haría daño. Sí que quería deshacerse
de Lord Izar, pero sabía que no podría hacerlo sola, y que Cynthia y los demás
no estaban interesados en ayudarla, así que era mejor desechar la idea y tramar
nuevos planes en el silencio de su pequeña casucha.
Escuchó
las monturas de los guardias alejarse y perderse en la lejanía. Se sujetó con
las manos a una piedra y comenzó a bajar del risco. Como todas las noches, no
habría más inspecciones, y podía volver a cobijarse entre los muros de piedra
sin temer que los perros la olfatearan y localizaran su olor. Abrió la puerta y
se escuchó el rechinar de las bisagras oxidadas y... ¿unas pisadas? Jullie
desenfundó la daga que llevaba en el cinturón y adoptó una posición de defensa.
Saltó los escalones de la entrada y se encaramó al tronco del haya más cercana.
Las pisadas cada vez se escuchaban más cerca. Miró de refilón por el lado
derecho, pero no vio nada. Estaba muy oscuro, aunque ese no era el mayor
problema. Torció la cabeza a la izquierda. Imposible, sólo veía oscuridad.
Salió de una zancada de su escondite, aún sin ver, sólo escuchando.
Contuvo
un grito agudo que quería escapar de su garganta cuando algo le rozó el
tobillo, y se giró tan bruscamente que creyó haberse dislocado el cuello.
Relajó los brazos y dejó caer la daga al suelo al ver a su peludo atacante.
-¿Sabes
el susto que me he levado por tu culpa?
Un
osezno la miraba con curiosidad. A saber lo que estaba pensando. Jullie le
acarició la cabeza y detrás de las orejaorejas.
A todos esos bichos les gustaban esas muestras de afecto, mientras que ellos
tenían las suyas propias. El osito se encaramó en su pierna y comenzó a
lamerla. Jull se sacudió para sacárselo de encima.
-¡Quita,
bicho! –susurró, aún con precaución por si alguien andaba cerca-
El
cachorro cayó en la tierra humedecida por el rocío panza arriba, y miró a la
chica con los ojos llenos de tristeza, mares grises de nostalgia en los que
podías perderte. Jull se quedó embaucada por esos ojos unos instantes.
-Mira
que te gusta dar pena...
El
osezno se cubrió los ojillos con una zarpa. La muchacha iba a dejar que una
pequeña sonrisa se pintara en su rostro cuando volvió a escuchar pasos. Y
seguramente no tendría tanta suerte como la primera. Seguían acercándose, más y
más. Se escondió detrás de otro árbol y se acuclilló, aguantando el aliento,
orando a los dioses en los que no creía que los pasos se alejasen.
“Por
favor, por favor...”
Tenía
los ojos cerrados con fuerza, así que no vio como el osezno se alejaba en la
dirección de las pisadas, tentando a la suerte. Su mente estaba muy lejos,
pensando en qué iba a hacer. Si alguien descubría su escondrijo, tendría que
silenciarlo. No parecían guardias, esos siempre se movían a lomos de caballos,
pero podía ser uno solo, haciendo su última ronda. Si era sólo uno, no tendría
gran problema, aunque... Él tendría una espada, y posiblemente, armadura. Ella
sólo tenía una pequeña daga y mucha osadía.
-¡Eh!
¡Sal de ahí! –llamó una voz-
No había
gritado. Era una voz melosa, suave pero firme. No era un guardia, pero eso no
quitaba que pudiese llevar armas. Sabía que estaba allí, la estaba llamando.
Debía salir y enfrentarlo. Ella nunca huía, y no iba a empezar a hacerlo. Gateó
detrás de una rama baja y se encaramó al árbol. Iba a escalarlo cuando volvió
la voz.
-Deja de
esconderte, no te servirá de nada.
Jullie
quedó paralizada un instante. Era imposible que la hubiese visto o escuchado.
Por algo la llamaban la Chica Lince, no hacía el menor ruido al moverse. Su
plan era subir al árbol y saltar sobre su atacante, pero la habían
interceptado. No podía ser. Sujetó la empuñadura de la daga y salió de su
escondite, mirando cara a cara a su... ¿oponente?
Un chico
joven, de pelo rizado y oscuro, agachado sobre el pequeño osezno y
acariciándole la tripa. Alzó la cabeza para mirarla. La cara de Jull debía de
ser un poema, un conjunto de sorpresa, ira y miedo. Además, empuñaba el
cuchillo con demasiada fuerza. En cuanto vio la daga, dio un salto hacia atrás
y quedó sentado en el suelo, intentando levantarse sin conseguirlo. Levantó el
arma y se acercó con paso lento.
-¿Quién
eres? ¿Qué haces aquí? –inquirió amenazándolo con el cuchillo-
Él casi
no podía articular palabra, aterrado como estaba.
-Yo...
Yo no... Yo so... Soy... Me llamo Tyron –consiguió decir al final, poniéndose
en pie-. Tyron Rossh –levantó las manos, haciéndose ver indefenso. Ella asintió
y esperó a que continuara-. Estaba con él –señaló al pequeño osezno-. Le estaba
llamando.
Jullie
se sintió tonta. Claro que no la había visto ni escuchado, no la hablaba a
ella, hablaba con el osito. Bajó el arma y se secó el sudor frío de la frente
con el dorso de la mano. El rostro del chico le resultaba familiar, pero no
recordaba de qué o de dónde.
-Ya,
claro, el oso –el tal Tyron seguía con el miedo en los ojos-. No te voy a hacer
nada... De momento.
Se
acercó a ella un par de pasos, cauteloso, escrutando su rostro.
-Tú...
Te conozco. Estabas en la Cuevona -de eso le sonaba, debía de estar en las
reuniones clandestinas. Consideraba que allí iba demasiada gente indebida, y
esperaba que aquel chico no fuera una de ellas-. ¿Sabes que te llaman la Chica
Lince?
-Sí
–asintió. Había escuchado las leyendas sobre una chica come niños que llevaba
su nombre-. Hay apodos peores.
Si hacía
memoria, sí que recordaba al chico sentado en uno de los bancos con Cynthia.
Aun así, su rostro le seguía siendo familiar, pero no de haberlo visto en la
Cuevona.
-Te
preguntaría por qué te lo llaman, pero creo que sé la respuesta.
Mostró
una sonrisa alegre. El miedo se le había esfumado de la mirada, y sus ojos
castaños reflejaban curiosidad. Estaba muy delgado, quizá demasiado. Jullie
decidió no meterse, las dietas del chico no eran de su incumbencia.
-Chico
listo, tu madre estará orgullosa –replicó, cansada. Había empalmado dos días, y
las ojeras no tardarían en aparecer-.
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