martes, 16 de octubre de 2012

Jullie

Jull se pasó toda la noche en vela, vigilando los alrededores de su hogar. De vez en cuando, escalaba el risco que estaba detrás de la casa y observaba los territorios fuera de Peñal Gris. Todo tan tranquilo, tan sereno. Se escuchaba el agua del río de la Gran Manta fluir y chapotear, las hojas de los árboles mecerse, el ulular de los búhos... Y los cascos de los caballos al galope. Esa noche pasaron dos grupos de guardias, inspeccionando el bosque, en busca de a saber qué. Jullie contuvo la respiración, aún sabiendo que no hacía falta, y observó en silencio y quietud. Le hubiese encantado agarrar una piedra y acertar de lleno en el yelmo de cada uno de esos hombres, pero no lo hizo. Y podía haberlo hecho. Oculta entre las sombras, vio a los perros de los guardias olfatear cerca del hayedo de su casa, pero los hombres llamaron a los canes, haciendo caso omiso de sus advertencias. Y eso llevaba pasando una semana entera, desde que Lord Izar impuso las nuevas normas en el reino. Jullie tenía sus propias teorías, pero temía que ninguna fuese la acertada. Las redadas nocturnas se podían deber a que Lord Lionel esperase algún ataque, pero también podrían deberse a que buscase a alguien, a un fugitivo, quizá. Estaba acostumbrada a predecir los movimientos del enemigo cuando cazaba, e intentaba hacer lo mismo con las personas que la rodeaban.
Conseguir comida en condiciones allí no era fácil. Podía recolectar fruta y hierbas, pero le era difícil encontrar dónde cocinar la carne, y se negaba a comerla cruda. Por eso la metía en salazón y esperaba a visitar El Castillo, cosa que hacía como mucho tres veces al mes. No era seguro visitar la capital tan a menudo y menos con toda la guardia nueva que había ordenado poner Lord Lionel. Se frustraba con sólo pensar que no podía hacer nada para desbancar a ese dictador de su trono. Cuándo le dijo a Cynthia lo que pretendía, ella se horrorizó con la idea.
-¿Estás loca? –le gritó. Ella, la tan pácifica y formal Cynthia Elovi, que siempre le hablaba entre susurros y sonrisas inquietas, estalló y se puso en pie de un salto con los ojos desorbitados- Tú has perdido el juicio. Se te debió de quedar en el atril de la Cuevona. Si de verdad has pensado si quiera en asesinar a nuestro señor, es que no sabes qué ocurriría si alguien supiera de tu crimen. No se te ocurra decir nada de esto en las reuniones, Jull, hay gente con la boca muy grande y la lengua muy afilada. Y... ¿pero qué estoy diciendo? ¡No se te ocurra decirlo en ningún sitio! Estás hablando de asesinar a un lord, debe de ser una broma.
Jullie tuvo que responderla que sí, que era una broma, que no se exaltara tanto. Una mentira para tranquilizar a la chica no le haría daño. Sí que quería deshacerse de Lord Izar, pero sabía que no podría hacerlo sola, y que Cynthia y los demás no estaban interesados en ayudarla, así que era mejor desechar la idea y tramar nuevos planes en el silencio de su pequeña casucha.  
Escuchó las monturas de los guardias alejarse y perderse en la lejanía. Se sujetó con las manos a una piedra y comenzó a bajar del risco. Como todas las noches, no habría más inspecciones, y podía volver a cobijarse entre los muros de piedra sin temer que los perros la olfatearan y localizaran su olor. Abrió la puerta y se escuchó el rechinar de las bisagras oxidadas y... ¿unas pisadas? Jullie desenfundó la daga que llevaba en el cinturón y adoptó una posición de defensa. Saltó los escalones de la entrada y se encaramó al tronco del haya más cercana. Las pisadas cada vez se escuchaban más cerca. Miró de refilón por el lado derecho, pero no vio nada. Estaba muy oscuro, aunque ese no era el mayor problema. Torció la cabeza a la izquierda. Imposible, sólo veía oscuridad. Salió de una zancada de su escondite, aún sin ver, sólo escuchando.
Contuvo un grito agudo que quería escapar de su garganta cuando algo le rozó el tobillo, y se giró tan bruscamente que creyó haberse dislocado el cuello. Relajó los brazos y dejó caer la daga al suelo al ver a su peludo atacante.
-¿Sabes el susto que me he levado por tu culpa?
Un osezno la miraba con curiosidad. A saber lo que estaba pensando. Jullie le acarició la cabeza y detrás de las orejaorejas. A todos esos bichos les gustaban esas muestras de afecto, mientras que ellos tenían las suyas propias. El osito se encaramó en su pierna y comenzó a lamerla. Jull se sacudió para sacárselo de encima.  
-¡Quita, bicho! –susurró, aún con precaución por si alguien andaba cerca-
El cachorro cayó en la tierra humedecida por el rocío panza arriba, y miró a la chica con los ojos llenos de tristeza, mares grises de nostalgia en los que podías perderte. Jull se quedó embaucada por esos ojos unos instantes.
-Mira que te gusta dar pena...
El osezno se cubrió los ojillos con una zarpa. La muchacha iba a dejar que una pequeña sonrisa se pintara en su rostro cuando volvió a escuchar pasos. Y seguramente no tendría tanta suerte como la primera. Seguían acercándose, más y más. Se escondió detrás de otro árbol y se acuclilló, aguantando el aliento, orando a los dioses en los que no creía que los pasos se alejasen.
“Por favor, por favor...”
Tenía los ojos cerrados con fuerza, así que no vio como el osezno se alejaba en la dirección de las pisadas, tentando a la suerte. Su mente estaba muy lejos, pensando en qué iba a hacer. Si alguien descubría su escondrijo, tendría que silenciarlo. No parecían guardias, esos siempre se movían a lomos de caballos, pero podía ser uno solo, haciendo su última ronda. Si era sólo uno, no tendría gran problema, aunque... Él tendría una espada, y posiblemente, armadura. Ella sólo tenía una pequeña daga y mucha osadía.
-¡Eh! ¡Sal de ahí! –llamó una voz-
No había gritado. Era una voz melosa, suave pero firme. No era un guardia, pero eso no quitaba que pudiese llevar armas. Sabía que estaba allí, la estaba llamando. Debía salir y enfrentarlo. Ella nunca huía, y no iba a empezar a hacerlo. Gateó detrás de una rama baja y se encaramó al árbol. Iba a escalarlo cuando volvió la voz.
-Deja de esconderte, no te servirá de nada.
Jullie quedó paralizada un instante. Era imposible que la hubiese visto o escuchado. Por algo la llamaban la Chica Lince, no hacía el menor ruido al moverse. Su plan era subir al árbol y saltar sobre su atacante, pero la habían interceptado. No podía ser. Sujetó la empuñadura de la daga y salió de su escondite, mirando cara a cara a su... ¿oponente?
Un chico joven, de pelo rizado y oscuro, agachado sobre el pequeño osezno y acariciándole la tripa. Alzó la cabeza para mirarla. La cara de Jull debía de ser un poema, un conjunto de sorpresa, ira y miedo. Además, empuñaba el cuchillo con demasiada fuerza. En cuanto vio la daga, dio un salto hacia atrás y quedó sentado en el suelo, intentando levantarse sin conseguirlo. Levantó el arma y se acercó con paso lento.
-¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? –inquirió amenazándolo con el cuchillo-
Él casi no podía articular palabra, aterrado como estaba.
-Yo... Yo no... Yo so... Soy... Me llamo Tyron –consiguió decir al final, poniéndose en pie-. Tyron Rossh –levantó las manos, haciéndose ver indefenso. Ella asintió y esperó a que continuara-. Estaba con él –señaló al pequeño osezno-. Le estaba llamando. 
Jullie se sintió tonta. Claro que no la había visto ni escuchado, no la hablaba a ella, hablaba con el osito. Bajó el arma y se secó el sudor frío de la frente con el dorso de la mano. El rostro del chico le resultaba familiar, pero no recordaba de qué o de dónde.
-Ya, claro, el oso –el tal Tyron seguía con el miedo en los ojos-. No te voy a hacer nada... De momento.
Se acercó a ella un par de pasos, cauteloso, escrutando su rostro.
-Tú... Te conozco. Estabas en la Cuevona -de eso le sonaba, debía de estar en las reuniones clandestinas. Consideraba que allí iba demasiada gente indebida, y esperaba que aquel chico no fuera una de ellas-. ¿Sabes que te llaman la Chica Lince?
-Sí –asintió. Había escuchado las leyendas sobre una chica come niños que llevaba su nombre-. Hay apodos peores.  
Si hacía memoria, sí que recordaba al chico sentado en uno de los bancos con Cynthia. Aun así, su rostro le seguía siendo familiar, pero no de haberlo visto en la Cuevona.
-Te preguntaría por qué te lo llaman, pero creo que sé la respuesta.
Mostró una sonrisa alegre. El miedo se le había esfumado de la mirada, y sus ojos castaños reflejaban curiosidad. Estaba muy delgado, quizá demasiado. Jullie decidió no meterse, las dietas del chico no eran de su incumbencia.
-Chico listo, tu madre estará orgullosa –replicó, cansada. Había empalmado dos días, y las ojeras no tardarían en aparecer-.

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