Llegó
frente a la enorme entrada a la ciudad y vio que había seis guardias vigilando la
entrada.
“De dos
a seis. No me quiero ni imaginar cómo debe estar la seguridad del palacio.”
-Alto en
nombre del Lord –la hizo parar uno de los guardias. Por un momento, Jull pensó
en pasar a la fuerza. Descartó la idea al darse cuenta de que cada guarida le
sacaba una cabeza-. Identificación.
-Vivo
aquí –soltó Jullie. Sabía perfectamente lo que venía a continuación -.
-Familia
y trabajo, deprisa –exigió el guardia-.
Mantenían
en censo y el control de quien entraba y salía sólo con el apellido y el trabajo
que desempeñaban los padres. Y a ella le gustaba reírse de los guardias.
-Soy
huérfana, y no sé mi apellido –dijo intentando poner cara de pena-. Diga el que
te diga, no aparecerá en esa lista que tienes.
El
hombre la observó con detenimiento unos instantes, hasta que se decidió a
girarse para preguntarle a uno de sus compañeros. Para cuando hubo vuelto,
Jullie se había marchado. Recorrió el perímetro de la muralla hasta encontrar
un pasadizo secreto. No era gran cosa, pero a ella le servía. Bastaba con una
piedra desprendida que daba a una zona hueca del grueso muro.
“Desde
luego el constructor se lució.”
Cruzó al
otro lado, no sin llenarse los brazos y las manos de arañazos; el túnel era
estrecho y el suelo estaba lleno de pequeñas piedras puntiagudas que se le
clavaban en las manos. A medida que avanzaba, sentía cómo la roca le raspaba
los brazos y le arañaba las piernas, aun llevando un pantalón grueso.
Para
Jullie eso era el menor de los problemas, estaba acostumbrada a tener heridas
por todos lados. Era lo que tenía vivir en medio del bosque, junto a un risco
que escalaba a diario.
Retiró
las piedras que le tapaban la salida y las volvió a colocar con cuidado. Su
escondrijo daba a un callejón sin salida, casi siempre oscuro, aunque dudaba
que fuese “su” escondrijo. Sospechaba que ese pasadizo lo usaba más gente. Una
vez jugó a recordar en qué posición dejaba las piedras con total precisión.
Cuando volvió, las rocas habían cambiado su composición misteriosamente.
Como de
costumbre, en la calle no había nadie, solamente un gato negro que se camuflaba
entre las sombras. Jullie pasó por su lado y el gato bufó. Lo ignoró y siguió
su camino.
“No debo
olvidar a lo que he venido. Cuanto antes salga de aquí, mejor.”
Alimento.
Información. Continuar con vida. Esa era su misión. Cada vez que cruzaba las murallas,
se jugaba el pellejo. Cuando la intensa luz la cegó por un instante al salir
del callejón, se dio con algo.
-¡Ah!
Un algo
que al parecer era alguien. Un niño la miraba con ojos asustados, llenos de miedo.
La había visto salir de una calle sin salida a la que nadie se acercaba salvo
los gatos.
“Yo
también me asustaría sino me conociera.”
El
muchacho llevaba ropa sucia y harapienta, y su pelo castaño con reflejos
cobrizos parecía era una maraña en la que casi se podían ver piojos saltando.
Tenía las mejillas teñidas de rojo, pero casi no se apreciaba de lo negras que
iban. Intentó retroceder con pasos torpes, pero un pie falló y se cayó.
“No
puede estar tan asustado solo por haberme visto” meditó Jullie. Se acercó a él
con paso lento. No quería atemorizarlo aún más.
-¿Qué te
pasa, chico? –le preguntó. Él sólo negó con la cabeza- Huías de algo, ¿de qué?
Tardó en
responder, pero al final lo hizo en un leve susurro casi inaudible.
-Hombres.
Muchos. Me perseguían... –contestó muy rápido. Jullie creyó ver que jadeaba-
-¿Por
qué? –fue lo único que pudo preguntar-
Más
tarde se dio cuenta de que era una pregunta tonta. El pobre chiquillo no iba a
saber qué querían de él.
-Vete
–apresuró ella antes de pudiera contestar-. Si te seguían no tardarán en llegar
–al ver que el chico no se movía, tiró de él de un brazo para levantarlo del
suelo-. ¡Vamos, vete!
Por fin
el muchacho echó a correr. Unos segundos después, una caballería pasó al galope
por delante de ella. Se fijó en sus armaduras y rezó al Dios Blanco por la vida
del niño.
“Son
hombres de Lord Lionel. Si le atrapan, está perdido.”
Pasó
unos instantes mirando al infinito, mientras la nube de polvo que habían
levantado los cascos de los caballos se disipaba.
“No debo
olvidar a lo que he venido.”
Debía
retomar el camino, por mucho que le costase. Su pellejo era más importante que
el de un crío al que ni si quiera conocía. Caminó hacia el centro de la ciudad,
con la cabeza gacha, camuflándose y pasando desapercibida entre los habitantes.
De vez en cuando levantaba la mirada. Quizá se encontraba con alguien que la
conociera de la Cuevona.
“Cynthia
puede estar en el mercado –meditó-. Y quizá me tope con Golbert o Tyron.”
Golbert
Clodd hacía vida normal en El Castillo, junto con su esposa e hijos. Cynthia
era feliz con sus hermanos y sus padres, y seguramente Tyron también lo era.
Todo el mundo tenía una vida normal.
“Todos.
Todos excepto yo.”
Continuó
su sendero hasta llegar al foro, donde todo era bullicio y olores extraños. Las
mujeres charlaban entre sí, los mercaderes gritaban tras sus puestos y el
pescado apestaba al pasar cerca de él. Jullie se apresuró a cruzar la plaza. Su
destino era un pequeño comercio amigo de la panadería del padre de Cynthia.
Allí le proporcionaban comida cuando la necesitaba sin poner demasiadas pegas.
Y no sólo comida. La dependienta la guió a la trastienda, donde una menudita
figura encapuchada la esperaba.
-¿Estás
segura de que esto es seguro? –le preguntó Jull entre susurros-
La
sombra se quitó la capa y su rostro fue visible.
-Es el
único sitio un tanto seguro –respondió-.
Su rubia
cabellera estaba despeinada por el efecto de la capa, y bajo sus ojos se podían
apreciar unas leves ojeras. Su rostro, normalmente angelical y sonriente, era
frío y parecía consternado. Jullie nunca había visto así a Nicole.
-Pediste
verme. ¿Para qué? –exigió saber tajante. No tenía tiempo que perder. Cada
minuto que pasaba dentro de la ciudad era crucial-
Nicole y
ella sólo habrían hablado un par de veces en ese entonces. Se la había
presentado Cynthia, afirmando que podía ser la conexión de La Cuevona con
palacio.
-Tenía
que hablar contigo. Tengo que contarte lo que está pasando dentro de los muros
del casillo. Alguien lo tiene que saber. Lo que planean dentro –dijo con la voz
entrecortada, como si le faltara aire-.
“¿Tanto
pueden haber cambiado las cosas en un par de días?”
Jullie
cruzó los brazos sobre el pecho y miró fijamente a la chica.
-Soy
toda oídos.
Nicole
tomó aire antes de comenzar a hablar.
-Gente
del servicio. Muchas personas. No se las ve desde hace días... –“¿Y para
contarme eso me haces venir?” Tenía más expectativas de esa conversación. Pero
la muchacha siguió hablando- Se dice que les han cortado la lengua y que luego
las han matado –Jull quiso preguntar quién lo había hecho, pero no dijo nada.
Lo más normal es que fueran habladurías de palacio-. Sabían lo que ocurría, y
les hicieron callar. Las manos de Lord Izar están manchadas de sangre.
Aquello
no sorprendió a Jullie; no era la primera vez que lo estaban.