domingo, 6 de enero de 2013

9. Jullie

Aquel día se había decidido a entrar en El Castillo. La vida en el bosque, sólo rodeada de árboles y pájaros, no estaba mal, pero vivir eternamente alejada de la sociedad no podía ser muy sano. Por eso y por comida era por lo que Jullie entraba a la fortaleza, no por otra cosa. No la gustaba especialmente adentrarse entre la muchedumbre, se sentía una extraña entre tanta gente.
Llegó frente a la enorme entrada a la ciudad y vio que había seis guardias vigilando la entrada.
“De dos a seis. No me quiero ni imaginar cómo debe estar la seguridad del palacio.”
-Alto en nombre del Lord –la hizo parar uno de los guardias. Por un momento, Jull pensó en pasar a la fuerza. Descartó la idea al darse cuenta de que cada guarida le sacaba una cabeza-. Identificación.
-Vivo aquí –soltó Jullie. Sabía perfectamente lo que venía a continuación -.
-Familia y trabajo, deprisa –exigió el guardia-.
Mantenían en censo y el control de quien entraba y salía sólo con el apellido y el trabajo que desempeñaban los padres. Y a ella le gustaba reírse de los guardias.
-Soy huérfana, y no sé mi apellido –dijo intentando poner cara de pena-. Diga el que te diga, no aparecerá en esa lista que tienes.
El hombre la observó con detenimiento unos instantes, hasta que se decidió a girarse para preguntarle a uno de sus compañeros. Para cuando hubo vuelto, Jullie se había marchado. Recorrió el perímetro de la muralla hasta encontrar un pasadizo secreto. No era gran cosa, pero a ella le servía. Bastaba con una piedra desprendida que daba a una zona hueca del grueso muro.
“Desde luego el constructor se lució.”
Cruzó al otro lado, no sin llenarse los brazos y las manos de arañazos; el túnel era estrecho y el suelo estaba lleno de pequeñas piedras puntiagudas que se le clavaban en las manos. A medida que avanzaba, sentía cómo la roca le raspaba los brazos y le arañaba las piernas, aun llevando un pantalón grueso.
Para Jullie eso era el menor de los problemas, estaba acostumbrada a tener heridas por todos lados. Era lo que tenía vivir en medio del bosque, junto a un risco que escalaba a diario.
Retiró las piedras que le tapaban la salida y las volvió a colocar con cuidado. Su escondrijo daba a un callejón sin salida, casi siempre oscuro, aunque dudaba que fuese “su” escondrijo. Sospechaba que ese pasadizo lo usaba más gente. Una vez jugó a recordar en qué posición dejaba las piedras con total precisión. Cuando volvió, las rocas habían cambiado su composición misteriosamente.
Como de costumbre, en la calle no había nadie, solamente un gato negro que se camuflaba entre las sombras. Jullie pasó por su lado y el gato bufó. Lo ignoró y siguió su camino.
“No debo olvidar a lo que he venido. Cuanto antes salga de aquí, mejor.”
Alimento. Información. Continuar con vida. Esa era su misión. Cada vez que cruzaba las murallas, se jugaba el pellejo. Cuando la intensa luz la cegó por un instante al salir del callejón, se dio con algo.
-¡Ah!
Un algo que al parecer era alguien. Un niño la miraba con ojos asustados, llenos de miedo. La había visto salir de una calle sin salida a la que nadie se acercaba salvo los gatos.
“Yo también me asustaría sino me conociera.”
El muchacho llevaba ropa sucia y harapienta, y su pelo castaño con reflejos cobrizos parecía era una maraña en la que casi se podían ver piojos saltando. Tenía las mejillas teñidas de rojo, pero casi no se apreciaba de lo negras que iban. Intentó retroceder con pasos torpes, pero un pie falló y se cayó.
“No puede estar tan asustado solo por haberme visto” meditó Jullie. Se acercó a él con paso lento. No quería atemorizarlo aún más.
-¿Qué te pasa, chico? –le preguntó. Él sólo negó con la cabeza- Huías de algo, ¿de qué?
Tardó en responder, pero al final lo hizo en un leve susurro casi inaudible.
-Hombres. Muchos. Me perseguían... –contestó muy rápido. Jullie creyó ver que jadeaba-
-¿Por qué? –fue lo único que pudo preguntar-
Más tarde se dio cuenta de que era una pregunta tonta. El pobre chiquillo no iba a saber qué querían de él.
-Vete –apresuró ella antes de pudiera contestar-. Si te seguían no tardarán en llegar –al ver que el chico no se movía, tiró de él de un brazo para levantarlo del suelo-. ¡Vamos, vete!
Por fin el muchacho echó a correr. Unos segundos después, una caballería pasó al galope por delante de ella. Se fijó en sus armaduras y rezó al Dios Blanco por la vida del niño.
“Son hombres de Lord Lionel. Si le atrapan, está perdido.”
Pasó unos instantes mirando al infinito, mientras la nube de polvo que habían levantado los cascos de los caballos se disipaba.
“No debo olvidar a lo que he venido.”
Debía retomar el camino, por mucho que le costase. Su pellejo era más importante que el de un crío al que ni si quiera conocía. Caminó hacia el centro de la ciudad, con la cabeza gacha, camuflándose y pasando desapercibida entre los habitantes. De vez en cuando levantaba la mirada. Quizá se encontraba con alguien que la conociera de la Cuevona.
“Cynthia puede estar en el mercado –meditó-. Y quizá me tope con Golbert o Tyron.”
Golbert Clodd hacía vida normal en El Castillo, junto con su esposa e hijos. Cynthia era feliz con sus hermanos y sus padres, y seguramente Tyron también lo era. Todo el mundo tenía una vida normal.
“Todos. Todos excepto yo.”
Continuó su sendero hasta llegar al foro, donde todo era bullicio y olores extraños. Las mujeres charlaban entre sí, los mercaderes gritaban tras sus puestos y el pescado apestaba al pasar cerca de él. Jullie se apresuró a cruzar la plaza. Su destino era un pequeño comercio amigo de la panadería del padre de Cynthia. Allí le proporcionaban comida cuando la necesitaba sin poner demasiadas pegas. Y no sólo comida. La dependienta la guió a la trastienda, donde una menudita figura encapuchada la esperaba.
-¿Estás segura de que esto es seguro? –le preguntó Jull entre susurros-
La sombra se quitó la capa y su rostro fue visible.
-Es el único sitio un tanto seguro –respondió-.
Su rubia cabellera estaba despeinada por el efecto de la capa, y bajo sus ojos se podían apreciar unas leves ojeras. Su rostro, normalmente angelical y sonriente, era frío y parecía consternado. Jullie nunca había visto así a Nicole.
-Pediste verme. ¿Para qué? –exigió saber tajante. No tenía tiempo que perder. Cada minuto que pasaba dentro de la ciudad era crucial-
Nicole y ella sólo habrían hablado un par de veces en ese entonces. Se la había presentado Cynthia, afirmando que podía ser la conexión de La Cuevona con palacio.
-Tenía que hablar contigo. Tengo que contarte lo que está pasando dentro de los muros del casillo. Alguien lo tiene que saber. Lo que planean dentro –dijo con la voz entrecortada, como si le faltara aire-.
“¿Tanto pueden haber cambiado las cosas en un par de días?”
Jullie cruzó los brazos sobre el pecho y miró fijamente a la chica.
-Soy toda oídos.
Nicole tomó aire antes de comenzar a hablar.
-Gente del servicio. Muchas personas. No se las ve desde hace días... –“¿Y para contarme eso me haces venir?” Tenía más expectativas de esa conversación. Pero la muchacha siguió hablando- Se dice que les han cortado la lengua y que luego las han matado –Jull quiso preguntar quién lo había hecho, pero no dijo nada. Lo más normal es que fueran habladurías de palacio-. Sabían lo que ocurría, y les hicieron callar. Las manos de Lord Izar están manchadas de sangre.
Aquello no sorprendió a Jullie; no era la primera vez que lo estaban.

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